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Por un voto

Por Marta Giai

Ayer vino otro y justo le abrió el Cachito, pero como hasta él que es chiquito ya aprendió el listado de cosas que la vieja nos enseñó hace mucho, lo hizo pasar enseguida, con amabilidad y haciéndose el educado.

Cada vez que se acercan las elecciones, mi mamá arranca a recordarnos, cuál si fueran los diez mandamientos, el “Decálogo elemental del votante pobre”.

Hace rato que ella tiene las cosas bien claras. La vieja no fue más que hasta segundo grado, pero cuando estos tipos de traje van, la “mamma” ya fue, volvió, dobló en la esquina y se tomó dos mates.

Así que para cuando vienen a golpear la puerta, nosotros ya estamos bien preparados. La cosa es más o menos así… cuando es año electoral y estamos próximos a la fecha de ir a votar, empiezan a caer. 

Traen unos folletos re lindos, con un montón de palabras rebuscadas y decenas de promesas de obras extraordinarias para todo el pueblo que realizarán, por supuesto, si son elegidos. Nosotros los agarramos y fingimos leer con atención, aunque después los usamos de borrador para anotar la lista del supermercado o para que el Cachito practique las sumas y restas.

Obvio que también te cuentan que esta vez nos van a hacer el ripio que nos prometieron hace años, van a mejorar la seguridad y sacar a todos los vagos y faloperos del barrio y hasta juran que las cloacas van a pasar por el barrio.

Mi viejo ya les dijo varias veces que aunque sea nos pongan algunas luces en las calles, porque de noche esto es una boca de lobo. Por supuesto, responden, que sin falta dentro de poco tendremos luminarias nuevas. La cuestión es que seguimos a oscuras.

A los que mejor atendemos son a los que vienen y traen un bolsón, aunque siempre es lo mismo: harina, fideos, polenta, algunas latas de tomate, un aceite de tercera marca y poco más. Yo estoy convencida de que estos salames piensan que a nosotros nos encanta una dieta a base de harinas y que seguro nos ofendería que nos trajeran alguna lata de palmitos, duraznos en almíbar o unas jugosas aceitunas.

La semana antes de la votación la cosa mejora. Llegan con camionetas y bajan cochones, garrafas, chapas… esas cosas, ¿vio? que siempre hacen falta, porque la verdad es que una garrafa no dura de una elección para otra, tampoco las chapas que son de mala calidad y se agujerean a la primera granizada.

A todos les decimos que no se preocupen, que nosotros siempre los votamos a ellos y que ésta no va a ser la excepción; que en casa son cinco votos seguros, aunque si contáramos a la nona, serían seis, pero que la pobre está achacada y casi no camina. Ahí anotan rápido la dirección y dicen que con mucho gusto ellos la vendrían a buscar en alguno de esos autos nuevos y cómodos que tienen. Nosotros ponemos cara de inocentes ciudadanos y aprovechamos a comentarles que tenemos un remisero amigo que la podría llevar, pero que no tenemos plata para pagarle. Entonces, meten la mano en el bolsillo y nos dejan unos mangos. Después nos encargamos de hablarle al Chicho que tiene una motito medio vieja pero que la lleva a la María a la mesa de la votación; total, la vieja está mejor que nosotros de salud y no tiene drama en subirse a la moto. La guita la usamos para comernos un buen asadito el domingo y brindamos por el gentil candidato.

A mí me gustaría que hubiera elecciones más seguido. Es la mejor época del año. Sí, hay que tener tiempo y paciencia para escuchar un montón de gansadas, pero siempre es mejor que ir a juntar cartón o andar en las esquinas del centro lavando parabrisas.

¡Quizás donde vivirán estos tipos! A veces juraría que bajaron de una nave espacial, porque te preguntan cada estupidez o te prometen cosas que ni ellos se las creen.

Bueno, es justo reconocer que algunos en algo ayudan. Desde hace dos años tenemos salita de primeros auxilios, con una enfermera permanente y un doctor que viene de vez en cuando. También hay un ropero comunitario donde se puede ir a buscar ropa y frazadas para pasar el invierno. ¡Ah! y tenemos el comedor, que por estas épocas aumenta la cantidad de porciones y la calidad de la comida.

Y si, es dura la vida del pobre, pero la verdad no les envidio nada a estos políticos en campaña; son unos infelices que están obligados a caminar y caminar, a mentir y mentir, a sonreír y sonreír, a ir de un barrio a otro, a la televisión, a cenas, a fiestas… deben terminar súper cansados y al final, a muchos no les sirve de nada, porque no los eligen. 

Justo hoy, la Yoli, mi hermana la más bruta, salió con ese tema de las mentiras y el engaño y nos sermoneó a todos diciendo que ella no pensaba mentir. Qué si les había prometido a todos que los iba a votar, ella iba a poner en el sobre un voto para cada uno, sin olvidarse de nadie. Intentamos explicarle que así el voto no vale, pero no quiso escuchar razones. Yo no entiendo de leyes, nos dijo, pero estoy segura de que lo único que vale es no pecar ante los ojos del Señor, así que yo sé lo que tengo que hacer, ustedes hagan como les parezca. ¡Tomá pa’vos!

Los que seguro se van al infierno son todos estos, dice mi vieja; eso de engañar a la gente, andar diciendo mentiras todo el tiempo, robando la plata del pueblo y haciendo “chanchullos”, te lleva segurito de inquilino de Satanás, porque lo único cierto es que, finalmente, todos terminaremos en un cajón de madera, bajo tierra, comidos por los gusanos y teniendo que ir a rendir cuentas a Diosito.

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