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Tomar la palabra y tomar el poder

Por Federico Ternavasio

Chorpilanera, choriplanero. Imaginativa síntesis de dos símbolos peronistas: el choripán
el plan social. Identidad que ya no es sólo “planera”, es decir, una persona que percibe un
plan social y, según parece vive la gran vida sin trabajar, sino que es “chori”-planera. ¿Un
superlativo del planero a secas? ¿Un planero que va a marchas por el chori y por la coca?
Hace poco una nota de opinión publicada en el diario La Nación oponía a modo de
identidades enfrentadas a dos grupos sociales argentinos: la “clase media” versus la
“patria choriplanera”.

Un ejercicio elemental de análisis del discurso permite notar que las cualidades que se
destacan de ambos grupos no pertenecen a una misma dimensión.

Por un lado existe una clase social cuya identidad está determinada por no pertenecer a
las clases bajas ni a las clases altas. Por el otro una patria dentro de la patria, que es
caracterizada con esa identidad choriplanera. Pero esas polaridades no se anclan en un
mismo eje, caso contrario la nota debería haber sido titulada, o bien afirmando la
existencia de una lucha de clases -clases medias versus ¿clases bajas?-, o afirmando la
existencia de otras patrias dentro de la Argentina.

Las palabras con las que pensamos el mundo nos dicen más sobre nuestra cultura y
nuestro propio pensamiento, que sobre el mundo que pretenden describir.
Puestas ellas en la maquinaria del lenguaje, no sólo “nombran”, sino que producen
efectos. La escritura, la literatura, la prensa, no sólo informan, describen u opinan, sino
que en su hacer intentan crear o construir formas de percibir la realidad.

Aunque parezca banal, la política no solamente se disputa en las calles, en las
instituciones gubernamentales o en las acciones sociales, sino también en los discursos,
en las palabras. Sumado a esto, vivimos un período de discursos exacerbados por la
disponibilidad de medios y redes sociales, que propagan en general visiones sociales
maniqueas y simplistas.

La idea de que es importante disputar los discursos sociales proviene de intelectuales
vinculados a la izquierda, pero hoy parece evidente que son las derechas las que parecen
organizar sus agendas en torno a esto. No es casual que personajes de la extrema
“nueva derecha” local como Agustín Laje -no confundir con Laje el periodista- abogan por
librar una “batalla cultural” -concepto fundamental del pensamiento de izquierda de las
últimas décadas- contra el avance del “marxismo cultural”.

La derecha ha logrado instaurar en cierto sentido común no sólo la identidad del
“choriplanero”, sino que también ha logrado disputar con cierto éxito el sentido de otros
términos.
Un ejemplo es el del término “trabajadores”. En el pasado los trabajadores eran parte de
una lucha, aquella que se libraba entre ellos y sus explotadores. Es decir, la lucha entre
quienes, al no disponer de medios de producción, deben de vender su tiempo para
ganarse el pan, frente a la minoría compuesta por quienes, al disponer de los medios de
producción -ser dueños de fábricas, de máquinas, de tierras- necesitan de mano de obra
barata para maximizar su ganancia.

Desde los grandes medios tradicionalmente vinculados a la oligarquía, el mapa de
términos asociados a la lucha de los trabajadores quiere ser transformado. El imaginario
propuesto es uno por el cual las empresas y la industria no necesitan mano de obra sino
que, como si fuera un gesto altruista, “generan trabajo”. Donde la sucia, complicada
política -vehículo para los reclamos salariales, la conquista de derechos- deja paso a una
pulcra y objetiva “gestión” de recursos humanos. Donde no hay desocupación, sino un
competitivo mercado laboral. Donde no hay explotación, sino que las empleadas y los
empleados deben “ponerse la camiseta”.

La “explotación”, caro concepto a todas las luchas laborales del siglo pasado, ahora
aparece invertida. La interpretación del mundo que proponen estas nuevas derechas es
una por la cual sólo se reconoce como un factor de explotación el hecho de tener que
pagar impuestos. Y mediante una especie de propiedad transitiva, quienes reciben los
planes sociales financiados por esos impuestos se vuelven los explotadores de las clases
medias y altas que los pagan. En consecuencia, para la derecha, si se retiran de la
ecuación al Estado y los impuestos, el conflicto social ya no existe. Es un mundo donde la
sola ilusión de llegar a una riqueza libre de impuestos alcanza para que nadie se quede
fuera del sistema, para que nadie salga perjudicado, vencido o derrotado por el mercado.
Prácticamente todo el repertorio de ideas que moviliza la nueva derecha en sus discursos
ha sido importado de Estados Unidos. Un caso paradigmático es el del término “libertario”,
que originalmente representaba en Argentina a los grupos anarquistas y que hoy se
asocia fácilmente a Javier Milei y otros personajes de la derecha más reaccionaria.

Seguramente le costará creer a los adeptos de Milei, en general conservadores respecto
a la posibilidad de que la lengua cambie, que existieron en Argentina varios periódicos
anarquistas a lo largo del Siglo XX que, desde 1911, utilizaron el título de “El Libertario”. O
que existiera una Alianza Libertaria Argentina, cuyo ideario haya sido anarco-bolchevique.
Es decir, no sólo anarquistas, sino que además simpatizantes y adscriptos a un camino
por lo menos similar al de la revolución rusa.

O que existiera y siga existiendo una muy activa Federación Libertaria Argentina que, de
más está decir, es libertaria en el sentido original del término. Un anarquismo que, si bien
es antiestatal, como también dicen serlo el diputado y posible candidato a presidente
Milei, es profundamente anticapitalista y antimilitarista. Milei y compañía, en cambio,
llevan adelante una prédica a favor de un capitalismo a ultranza, que sostendría al Estado
allí donde el anarquismo vio a su peor enemigo: las fuerzas represoras, la policía y el
ejército.

Intelectuales vinculados al anarquismo como Noam Chomsky ya han advertido desde
hace varias décadas sobre la propagación de este uso del término “libertario” por los
grupos de derecha. En reiteradas entrevistas, consultado por esta cuestión terminológica,
Chomsky ha aclarado que, mientras que “libertario” históricamente se refería al
“socialismo libertario” o al anarquismo, un ideario que se planteaba como opuesto a
cualquier forma de autoridad, jerarquía o tiranía, los grupos “libertarios norteamericanos”
adoptan el término para oponerse solamente a la autoridad del Estado, a favor de la
tiranía y la autoridad de las grandes corporaciones que controlan los mercados.
Estas nuevas derechas cuentan a su favor con un ejército de YouTubers, estrellas de
Twitter, para propagar sus discursos, de gran efectividad en tanto plantean
simplificaciones burdas, pero fáciles de asimilar en los pocos segundos que dura la
atención en la era de las redes sociales.

Aunque con menos repercusión en los grandes medios corporativos, existen sin embargo
quienes propagan discursos que intentan contrarrestar los efectos de los medios de
derecha, o que invitan al pensamiento crítico desde filas como por ejemplo las del
anarquismo. No sólo gremios, movimientos sociales, centro culturales independientes,
medios alternativos y comunitarios, sino también aquellos casos como el del canal de
YouTube “Kyoto Café” que, utilizando los recursos y la estética que suele convocar a
quienes consumen contenido en esa plataforma, realiza con rigor académico, videos de
comunicación pública de contenidos específicos de las ciencias sociales y las
humanidades, a la vez que invita a lecturas vinculadas al anarquismo o a intelectuales
que influyeron en las distintas vertientes de la izquierda
Las estrategias discursivas de la nueva derecha no son más que la tranquila continuidad
de los discursos que motivaron, entre otros factores, a las derechas de antaño, cuando,
por ejemplo, bajo la insignia de la “Liga Patriótica” los varones sanos de las clases altas
no tenían ningún escrúpulo en salir a la calle armados para asesinar a los hombres yviolar a las mujeres que identificaban como representantes de las comunidades judías,
inmigrantes, anarquistas o comunistas. Esa falta de escrúpulos fue alimentada
paulatinamente por la prensa de la época, a partir de la difusión de teorías conspirativas y
razonamientos reductores. En Estados Unidos y Brasil, el efecto de los discursos de la
nueva derecha se dejó sentir con sendos ataques a los congresos nacionales de cada
país, ataques que ocurrieron, claro, luego de que la derecha perdiera las elecciones.
El antropólogo francés Pierre Clastres, intelectual también vinculado al pensamiento
anarquista, señaló en los años setenta algo que hoy no debemos dejar de tener en
cuenta: “toda toma de poder es también una apropiación de la palabra”. Inversamente,
tomar la palabra, y más aún, “las palabras”, parece allanar los caminos para la toma del
poder.

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