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Diciembre y las fiestas ¿Momento de celebración?

Por Gustavo Lanfranco, psicólogo

Llega diciembre, el último mes del año, y con él las conocidas despedidas, reuniones con nuestros grupos de trabajo, amigos y también “las fiestas” de navidad y fin de año. Además, suele ser un momento de reflexión, de introspección, de análisis de lo acontecido durante el año, de balances y proyectos para el próximo. Fin de año, momento de cierre, ¿momento de celebrar?

En estos tiempos donde todo es velocidad, fugacidad, imagen y felicidad -o por lo menos eso es lo que se pretende-, hacer una pausa, plantear algunas preguntas, “parar la pelota”, puede pensarse como un acto revolucionario, un acto donde instauramos un momento para intentar situar algo de nuestra singularidad en el entramado de este mundo de globalización y estandarización de las subjetividades.

Preguntarnos por nosotros mismos, por lo que nos pasa, lo que sentimos y, sobre todo, por lo que queremos, suele ser un acto para el cual no hay lugar ni tiempo, ya que estamos cargados de actividades, compromisos y responsabilidades. Por eso, fin de año suele ser un tiempo donde emerge la angustia, ese afecto tan nombrado por nuestros maestros del psicoanálisis y al que tan poco lugar se le hace en la actualidad. Además de la angustia, lo que sobreviene -y cada vez con mayor frecuencia- es la ansiedad, el pánico y otras manifestaciones similares.

Sin entrar demasiado en referencias teóricas, sería interesante diferenciar la angustia de lo que hoy se nombra como ataques de pánico o de ansiedad. La angustia es una emoción que pone en juego algo vinculado a nuestro deseo. Es un proceso psíquico con ligadura y es una oportunidad -me gusta pensarlo de este modo- para ponernos en movimiento. Es decir, corrernos de ese lugar que es angustiante para nosotros y orientarnos hacia nuestro deseo, siempre incómodo y en conflicto con nuestra organización yoica.

El pánico, en cambio, se presenta como una manifestación de algo que no puede ser simbolizado, un proceso psíquico sin ligadura. Algo que al no encontrar tramitación por medio de la palabra irrumpe en el cuerpo, avasalla y a veces se torna insoportable para quien lo padece. La angustia, en su vertiente de proceso psíquico con ligadura, nos previene del pánico, es señal, y no permite esa aparición disruptiva y sorpresiva que tanto desborda. Por eso es tan importante poner a trabajar en un espacio de análisis esos afectos, para intentar historizar, hacer pasar por lo simbólico aquello que se presenta en lo real.

Chin chin

Luego de un par de años teñidos por el covid-19, donde las reuniones se vieron impedidas o limitadas, hoy nos encontramos con la posibilidad de volver a encontrarnos con otros, ya sean familiares, amigos, conocidos del trabajo, etc. La importancia de los encuentros, de los vínculos y de las reuniones se vivenció con total claridad en la etapa más compleja de dicha pandemia, el Aspo -Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio-. Sin embargo, reuniones del tipo de “las fiestas” pueden vivirse como un momento de tensión, conflicto, angustia y ansiedad, suelen confrontarnos con conflictos narcisistas, demandas del otro, demandas superyoicas, duelos que aún duelen, ideales de felicidad no alcanzados, proyectos truncos.

Poder atravesar estas cuestiones singulares y sociales, hacer lugar a nuestros conflictos y pensar que muchos de ellos pueden ser elaborados de otra manera -siempre recomiendo el análisis como un espacio fundamental para eso-, quizás nos permita posicionarnos de otro modo, un modo más ameno para nosotros, de menor juzgamiento y de mayor comprensión.

Tal vez así podamos celebrar en “las fiestas”, aunque no nos hayamos puesto de acuerdo con la tía que no piensa políticamente como nosotros, o con el hermano quien nos cuesta hablar durante el año, con nuestros padres a los que exigimos o nos exigen constantemente, con ese primo que extrañamos porque ya no está, con esa amiga con quien discutimos permanentemente y, sobre todo, con nosotros mismos, aunque no tengamos el trabajo que venimos buscando hace tiempo, aunque no hayamos podido alcanzar el proyecto que planeamos para este año.

Quizás, corrernos de ciertos ideales sociales o singulares y poder asumir este momento como un momento de diferencia, donde no todos pensamos ni queremos lo mismo y que eso no imposibilita el encuentro nos ayude a ver a “las fiestas” como un momento de celebración. Celebrar la diferencia, eso que también nos hace ser lo que somos y que debemos defender: sujetos singulares.

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