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Los muchos y los pocos

Por Federico Ternavasio

El dieciséis de agosto de 1819 la caballería inglesa arrasó sobre las más de cincuenta mil personas que se manifestaban en Manchester exigiendo reformas parlamentarias, dejando un saldo de alrededor de quince muertos y más de cuatrocientos heridos. Conocido como “la masacre de Peterloo”, el episodio configura para algunos el hecho más sangriento acontecido en suelo británico durante el siglo diecinueve.

En el mismo año, y a partir de lo ocurrido, el poeta Percy Bisshe Shelley (1792-1822) escribió uno de sus poemas más perdurables, The mask of Anarchy, “La máscara de la Anarquía”.

Shelley tuvo una corta e intensa biografía. Fue víctima de la burla de sus compañeros durante su infancia (o, como se diría hoy, víctima de bullying) por su predilección por las ciencias y el ocultismo. Sus ataques de ira y su mal temperamento le ganaron el apodo de “el loco Shelley”.

Con el tiempo y a través de su dedicación a la lectura, los experimentos y el estudio de varios idiomas, se ganó el respeto de sus pares, pero también fue creciendo su mirada “radical” –léase revolucionaria–  sobre la realidad.

Siempre inquieto y bastante inclinado a la polémica, escribió en Oxford un panfleto anticlerical con un amigo y lo publicó de forma anónima con el título “La necesidad del ateísmo”. Pero no contento con la circulación discreta de su texto, lo envió por correo a las diferentes autoridades de la famosa universidad y a ciertos miembros del clero.

Shelley, fácilmente identificado como autor del escrito, fue convocado a una especie de juicio en el que se lo interrogó pero, al negarse a dar respuestas, se ganó la expulsión de la universidad.

Pero ese fue solamente el comienzo de la etapa más agitada y agitadora de su vida. Desde aquel momento comenzó una relación con Harriet Westbrook, compañera de colegio de las hermanas de Percy. Esa relación continuaría y variaría, siempre cultivando cierta forma de amor libre o, por decirlo en una terminología actual, de “pareja abierta”.

Entre sus varias relaciones amorosas, fue la que mantuvo con Mary Godwin la más famosa. Mary era hija de William Godwin –importante pensador de la época, para algunos precursor de ciertas ideas socialistas o anarquistas– y de la filósofa y defensora de los derechos de la mujer, Mary Wollstonecraft.

La relación con Mary Godwin fue altamente fructífera, y se convirtió en su pareja oficial. Mary fue una escritora genial y un espíritu creativo por mérito propio. Ella sería la autora de la célebre novela “Frankenstein, o el moderno Prometeo”, donde, según se dice, Percy sirvió de inspiración para el famoso doctor loco, a la vez que contribuyó haciendo las veces de editor de la obra.

A pesar de sus importantes contribuciones a la poesía en lengua inglesa, Percy no trascendió a la par de sus congéneres. Suele ubicárselo como integrante del triunvirato de jóvenes románticos ingleses, conformado por él y sus queridos amigos John Keats, quizás el más lírico y cuya obra mejor nos interpela en la actualidad, y Lord Byron, cuya figura fue enormemente popular en su época pero con el tiempo parece haber tendido a menos.

La poesía de Shelley se nutre de la mitología griega y, en la mayoría de sus textos, escribe con una muy clara consciencia de la métrica y la melodía, aunque algunas veces termine creando versos algo oscuros o enrevesados.

El cine y la televisión han gustado de citar el soneto “Ozymandias”, que plantea la imagen de una escultura derruida y perdida en el medio del desierto, que a su pie reza “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes. ¡Contemplen mis obras, ustedes los poderosos, y desesperen!”. Una clara alusión a lo efímero del poder y el modo en que incluso aquello que parece indudablemente destinado a la trascendencia es intrascendente.

El poema le dio el título al decimocuarto episodio de la última temporada de Breaking Bad, utilizando también una lectura del poema en voz del protagonista de la serie como avance promocional. También Ozymandias es un tema recurrente en el comic Watchmen, luego llevado al cine y la televisión.

Shelley fue un poeta político. La temática de su poesía, aunque muchas veces idealista, mitológica y abstracta, se vinculaba con sus prácticas o con las prácticas que le interesaba realizar: amor libre, comunitarismo, emancipación, anticlericalismo.

Esto explica que su poesía, al menos en las décadas siguientes a su muerte, haya perdurado mejor entre grupos políticos que compartían sus ideas, antes que entre quienes se dedican a los estudios literarios.

Su “Canción a los Hombres de Inglaterra” invitaba a los trabajadores a la revolución contra los aristócratas, casi una premonición de la idea de lucha de clases que próximamente iba a recorrer el mundo.

Pero es sin duda aquel poema que escribió en 1819 ante la masacre de Peterloo el que mejor pinta algo de su ideario y de su trascendencia entre las gentes de izquierda.

A Shelley parece haberlo impresionado que, en aquella masacre, la gente estaba protestando pacíficamente, sin recurrir a la violencia.

El poema es muy melodioso, casi una larga canción. En los primeros versos el poeta, dormido, entra al reino de la poesía. Allí se cruza con ciertos conceptos personificados, Homicidio, seguido por sus siete perros; luego se encuentra a Fraude, Hipocresía y Destrucción.

Al final desfila Anarquía, coronada, en un caballo blanco salpicado de sangre, pálida como la Muerte en el Apocalipsis.

Aquí Anarquía tiene un valor negativo, faltaban unos años para que las ideas de Shelley fueran consideradas “anarquistas”. El sentido de la Anarquía personificada es la del caos y el terror.

Abogados y sacerdotes se inclinan y la veneran, “Tú eres Ley y Dios”. Y luego, el grupo en torno a esta personifiación de Anarquía clama: “Tú eres Reina, y Diosa, y Señora”.

El poeta también se encuentra a Esperanza –aunque dice que más bien parecía Desesperación– que, luego de un pequeño parlamento sobre cómo todos sus hijos e hijas han muerto, queda esperando la pisada de los caballos de Fraude, Homicidio y Anarquía.

Un rayo de sol aparece, con el lucero de la mañana, y Esperanza parece haber vencido a sus enemigos. Esperanza camina sobre el rayo de sol con sangre hasta los tobillos, y Anarquía y compañía yacen derrotados o huyen.

Estas personificaciones claramente significan aquello que indica su nombre, pero luego Esperanza lanza un parlamento a los “Hombres de Inglaterra” y les pide que se despierten y que se sacudan las cadenas de encima.

Le reclama a estos hombres que se han vuelto, ya no humanos, sino máquinas, “telares, arados, espadas y palas”. La libertad perdió su sentido y lo que aquellos trabajadores llaman libertad, no es más que la esclavitud.

Esperanza le habla a Libertad y le dice que ella “debería ser el pan” de los trabajadores, debería ser la mesa que se logra en el trabajo diario y en la casa limpia y feliz. Libertad debería ser el ropaje, el fuego y el alimento de las multitudes. Debería ser un freno para los ricos, y a la vez debería encarnar a la Justicia, la Razón, la Paz y el Amor, con la Ciencia, la Poesía y el Pensamiento como linternas para iluminar en la oscuridad.

Esperanza convoca entonces a una asamblea de hombres que enfrenten a los tiranos, no con violencia, sino con “calma y resolución”, como “un bosque mudo y cerrado”, con los brazos cruzados y con la mirada como armas de guerra inconquistable.

Y si los ejércitos enemigos atacan, deben seguir firmes, sin actuar con violencia. Aquellos que ataquen no se llevarán la victoria sino la vergüenza por la masacre, quedando marcados como cobardes e inhumanos.

El poema cierra con un último llamado de Esperanza: “¡Levántense como leones después del sueño, en número inconquistable! Sáquense las cadenas y déjenlas caer en la tierra, como un rocío que los hubiera cubierto mientras dormían: Ustedes son muchos – ellos son pocos.”

El poema sugiere lo que luego serían los métodos de la desobediencia civil y la acción no violenta de Thoreau, Ghandi y Luther King.

A la vez, la frase de “ustedes son muchos – ellos son pocos”, fue utilizada y reformulada en varios contextos por grupos de izquierda en Inglaterra y en otros lugares del mundo. Es una frase con poder de recordatorio: no tenemos que olvidarnos que la mayoría somos trabajadores y trabajadoras y que es una ínfima minoría la que gobierna los mercados y, a través de ellos, las naciones del mundo. Algo del mismo espíritu resuena todavía en movimientos como “somos el 99%”.
En Argentina “el león” y “la Libertad” que aparecen en los últimos versos del poema se han vuelto, ya sabemos, talismanes utilizados por los grupos de la extrema derecha.

El poema de Shelley es suficiente para notar que ya desde comienzos del mil ochocientos se quería imponer la palabra Libertad para hablar de lo que en realidad era una forma de esclavitud. “La esclavitud del salario”, dirían luego los y las anarquistas.

No alcanza, sin dudas, con el poema de Shelley para reclamar un sentido colectivo, plebeyista y a favor de los obreros para esos términos que hoy se han bastardeado, pero quién sabe. Con algo de suerte en un futuro no muy lejano saldrá el sol y caminará otra vez la esperanza.

Shelley pensaba que los poetas eran los ocultos legisladores del mundo. Más allá del masculino genérico en la frase, es una idea muy romántica. Y una idea equivocada. Pero allí está para que, aunque sea, soñemos con ella. Siempre y cuando pensemos en poetas como él, claro.

El loco Shelley pasó su vida adulta atormentado por alucinaciones y murió cuando salió a navegar en una tormenta. Cuando encontraron su ya maltrecho cadáver, tenía una copia del poemario de su fallecido amigo, John Keats, en el bolsillo.

Aunque no deseemos el mismo final que Percy, nos presta una linda metáfora. Quizás no sea mala idea salir a enfrentar a las tempestades con algo de poesía en los bolsillos.

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