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“Hoy en día la violencia obstétrica en Argentina es la regla, no la excepción”

Entrevista a Agustina Petrella, referente en materia de derechos sexuales y reproductivos, que inició el primer juicio del país por violencia obstétrica en 2016.

Por Manu Abuela

Bajo el lema “salud es parir libres de violencias”, esta semana del parto respetado que se celebra en todo el mundo desde el 2004 tiene el objetivo de visibilizar y concientizar sobre una problemática calificada dentro de las violencias de género según la legislación argentina: la violencia obstétrica.

De acuerdo a la ley para la prevención y erradicación de las violencias por motivos de género Nº 26485, esta modalidad la ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres a través de un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales.

Pero, específicamente, en nuestro país hay una ley que menciona los derechos de las personas gestantes y de los recién nacidos. Es la ley 25929 conocida como “ley de parto humanizado” ¿Qué conlleva la humanización de un acto tan fisiológico como cultural, al mismo tiempo? Significa que muchas mujeres en el país -más de 70% aunque muchas organizaciones afines declaran que 9 de cada 10 partos terminan en cesáreas- son sometidas a intervenciones innecesarias, con o sin su consentimiento y sin información adecuada al respecto, acompañado de un trato indigno.

Una de estas mujeres fue Agustina Petrella, comunicadora, guionista y feminista y a quien hoy entrevistamos porque se destaca del resto ya que fue la primera en denunciar esta situación. Pensemos, si tantas mujeres la sufren, ¿Por qué tan pocas lo denuncian? La respuesta la encontramos en la naturalización de los procesos intervencionistas y de patologización del embarazo, y en la sumisión de las pacientes a los profesionales de salud.

Eso nos hace pensar que ese trato es el correspondiente, que la culpa fue nuestra por terminar en una cesárea y debemos aprender a convivir con ese dolor -de forma consciente o inconsciente-. Pero Petrella, desde su militancia, nos enseña a convertir ese dolor en una acción que contribuya a sentar precedentes para poder vivir en paz.

Parimos consciencia

Desde su espacio virtual “Parimos consciencia” hace siete años que Agustina brinda información a la comunidad sobre los procesos sexuales y reproductivos y acompaña y asesora a muchas gestantes en su proceso de denuncia. Es que ella, durante el nacimiento de sus dos hijos – Pedro de 10 años y Milagros de 8- sufrió en carne propia esta problemática de intervenciones, culpabilización y saña contra quien sólo reclamaba que sus derechos se cumplieran.

En conversación con El Impreso del Oeste, Petrella contó que la violencia comenzó en el primer parto, aunque no pudo advertirlo sino un tiempo después. Una cesárea de urgencia por hipertonía uterina -muy riesgosa- que fue desencadenada porque su obstetra la indujo sin su consentimiento al parto y desencadenó esa consecuencia que podía haber sido fatal.

“Estaba embarazada de Milagros y atendiéndome con el mismo obstetra de Pedro, cuando recordé toda esa secuencia y algo me empezó a hacer ruido. Entonces averigüé primero en internet y luego consultando a distintos profesionales las causas por las que se puede desencadenar una hipertonía uterina y encontré sólo dos opciones: desprendimiento de placenta, que no fue mi caso, o efecto a causa de cápsula de prostaglandina, un ovulo con hormonas que se coloca directamente en la vagina para desencadenar el trabajo de parto. Con esta información llegué a la conclusión de que en aquel último tacto previo a que todo sucediera el obstetra había intentado inducirme el parto, sin avisarme, y que había puesto en riesgo la vida de mi hijo”, dijo la entrevistada.

Esa vivencia hizo que cambiara de obstetra y que se informara sobre todos los derechos que tenía ella y su hija al momento de su nacimiento. “Decidí cambiar de profesional y buscar alguien que pudiera respetar los tiempos de la fisiología al momento de parir, para evitar otra cesárea e intentar un parto vaginal”, expresó.

Parir en paz

Agustina quería asegurarse de que el segundo parto fuera en paz, lejos de la experiencia vivida anteriormente: “No podía parar de llorar del miedo y de los nervios en el parto de Pedro. Me ataron el brazo derecho, por protocolo dijeron. Y la partera me decía que disfrutara, que era el día más importante de mi vida. Después, dos hombres se subieron a mi panza, me faltaba el aire, no podía respirar, sentía que me revolvían las tripas. El obstetra le gritaba a su hijo, también obstetra que asistía el parto con él, que sacara a mi hijo ya por falta de signos vitales, mientras me pedían que no me asustara. Me empecé a quedar dormida y me dieron unas cachetadas suaves y rápidas para que abriera los ojos. Después no me acuerdo más, hasta que me desperté en un pasillo donde me pusieron a mi hijo ya vestido y bañado en el pecho. Yo enseguida lo prendí a la teta y de ahí todo fue una internación normal”.

La entrevistada se sintió engañada, porque el obstetra que al principio parecía haberle salvado la vida a su hijo, había sido quien en realidad lo había arrastrado hasta esa situación, porque después de la semana 40 no esperaría a que un parto vaginal se desencadenara de forma fisiológica.

Y aunque quiso torcer su destino con el nacimiento de su hija Milagros dos años después, todo fue peor. Buscó un obstetra especializado en partos vaginales después de cesárea, que le recomendaron porque hacía partos respetados -luces bajas, música,etc.- y fue acompañada de una partera. Pero su obra social no cubría los gastos del parto en la maternidad donde el médico trabajaba de esa forma, y se vio obligada a tener su próximo parto en otra institución, aunque el profesional le dijera en reiteradas ocasiones que era lo mismo y que se despreocupara.

Plan de parto

Por las dudas, Petrella decidió ejercer su derecho y presentar un plan de parto. Este documento, contemplado en la ley de parto humanizado, sirve de guía a los profesionales de la salud que atienden a la persona gestante y recién nacido para saber qué intervenciones desean realizarse -si es que desean alguna- y de qué forma esperan recibir a su hijo o hija.

Pero este acto fue tomado de manera desafiante por la institución donde iba a parir y una representante la llamó para prepotearla. “Presenté una plan de nacimiento al servicio de neonatología de la clínica, para asegurarle a mi beba su primera hora de vida en mi pecho y que no la bañen ni aspiren ni vacunen el día de su nacimiento, ya que son prácticas muy perjudiciales según los informes de Unicef y la Organización Mundial de la Salud. La respuesta que me dio la jefa de neonatología, con muy buenos modales y hasta amistosamente, fue: ‘Acá no hacemos parto humanizado, yo te recomiendo buscarte otra clínica porque acá si al momento del parto no hay habitación disponible, te vamos a separar de tu bebé y pueden pasar varias horas separados, hasta más de ocho horas y si tenés un parto natural te dejamos bajar a la nursery para amamantar cada tres horas. Pero si vas a cesárea no vas a poder amantar porque no te podrás levantar de la cama para ir donde esté tu hija’”.

Petrella contó que habló con la médica sobre la ley de parto respetado. “Me dijo que la conocía pero que en esa clínica tenían otras reglas. Hoy me doy cuenta de lo perversa que fue esta mujer, usando ese tono amigable y liviano para decirme semejantes atrocidades. Quedé desconcertada, pero no le discutí porque estando en casi fecha de parto, no sabía si llegaría a conseguir otra institución, y traté de portarme bien, de mostrarme amigable para que no se ensañaran conmigo y con mi hija, cosa que igual ocurrió”.

Y todo lo que ocurrió durante el nacimiento de su hija Milagros fue exactamente lo que Agustina no quería. Malos tratos de parte del personal de las enfermeras, del anestesista, del obstetra. Horas separa de su hija sin razón ni explicación. Le robaron esos momentos, coartando sus deseos y derechos.

“Mi hija nació sana pero no me la pusieron en el pecho como había pedido, me la mostraron y se la llevaron inmediatamente. Me la trajeron a la habitación casi dos horas después de su nacimiento, completamente dormida, la pusieron en brazos de mi madre antes que dármela a mí. Vomitó un líquido blanco y un neonatólogo de la clínica me dijo que le habían dado leche de fórmula, cosa que yo había pedido por escrito que no hicieran. Arruinaron el nacimiento de mi hija, la retuvieron más de una hora sin conocer a su mamá, sin saber dónde estaba ni con quién, le provocaron un daño emocional irreparable y todo sin ningún justificativo médico”, expresó.

La tortura no terminó allí, ya que toda la internación fue igual, separándola de su hija sin motivo alguno. Cuando se quejó, recibió maltratos y amenazas de enfermeras y de la neonatóloga de la clínica, y su médico le firmó el alta antes de tiempo.

Denuncia y militancia

Todas estas prácticas fueron contrarias a lo que estipula el articulado de la ley que protege los nacimientos. Protege sólo declamativamente, porque de hecho parece que quedara a libre albedrío de las instituciones adoptar o no lo que allí especifica, como le dijo la neonatóloga a Petrella.

Para ser precisos, ella no fue informada de las prácticas que le realizaron ni a ella ni a su hija, no fue tratada con respeto. Milagros, si bien fue internada junto a su madre, fue alejada de ella sin motivo aparente en reiterados momentos. Éstas son algunos de las faltas que dañaron la salud mental de Agustina, de su hija y de toda su familia. Por eso, necesitó ir un paso más allá y atravesar el dolor de forma activa. Sin darse cuenta, comenzó su camino hacia la búsqueda de justicia en 2016, que aún continúa, ya que su causa se encuentra en el período de prueba desde 2019.

“No empecé con el proyecto de empoderarme ni ser activista, sino que el dolor que sentía era tan grande que no podía vivir. No podía estar un minuto en silencio sin entrar nuevamente a la escena de mis partos. Empecé a escribir lo que me pasó, primero a la directora de la clínica donde todo pasó, esperando en mi fantasía que ella me pidiera perdón y para seguir viviendo en paz. Pero eso no sucedió, sino que me dijo que yo me busqué todo lo que me pasó. Entonces averigüé qué órganos controlaban estas cuestiones y fui a la defensoría del pueblo. Pero ante una resolución a mi favor nada mejoró. Y descubrí que la vía judicial era la única manera, aunque me decían que era imposible porque yo tenía que demostrar los daños ocasionados”.

Fue un camino que hizo sola, porque todos le decían que no sabían cómo ayudarla. “Fue la desesperación y mi ira, mi búsqueda de justicia me hizo aprender. Yo necesitaba sentir paz”, expresó Petrella.

La causa, por “Daños y perjuicios y responsabilidad médica” según figura en la carátula, aún continúa en esa instancia donde Agustina debe demostrar que los daños que ella y su hija tienen son responsabilidad del parto. Y aunque existe evidencia científica que demuestra las consecuencias a nivel físico y psíquico que un parto deshumanizado acarrean, los acusados – el obstetra, la neonatóloga, la clínica y la prepaga- presentaron testigos con falsos testimonios que vuelven a este proceso más doloroso y revictimizante de lo que en definitiva es.

“Es muy duro, hasta mi hija fue sometida a pericias porque en la causa estamos yo y mi hija demandando. Hace cuatro años que presento pruebas testimoniales. Yo veo a testigos declarar que son falsos, es una situación horrible que no le deseo a nadie: ver a una persona que no conozco decir que me conoce y mentir. Muy siniestro. Llevar a mi hija a pericias: no se si hice bien o hice mal, sólo ella va a poder decirme si esto fue bueno o malo. Pero mi dolor era tan grande que nada podía hacerme peor a lo que había vivido”, dijo Petrella.

Si tratamos de ver el lado positivo, lo que se puede rescatar de esta experiencia es el empoderamiento que hicieron que Agustina se transformara en la referenta en materia de derechos sexuales y reproductivos que hoy es. “Tuve la suerte de conseguir una abogada que me acompañó en este proceso. Yo no dije quiero ser una mártir y sacrificarme, sino que yo no podía vivir en paz. Entonces el empoderamiento fue estudio y aprendizaje a nivel judicial, buscando leyes y evidencia científica de las consecuencias que trae la violencia obstétrica. Y esto lo hacía de 0 a 4, mientras los chicos dormían. Amamantaba en tándem y trabajaba. Cuando me di cuenta lo que había podido hacer y aprendido sola me empecé a sentir poderosa, todo el poder que no había sentido en mis partos. No pude evitar este proceso, no pude elegirlo, pero si no hubiera hecho esto, no habría podido seguir viviendo”, manifestó.

Mensaje

Para la entrevistada no fue fácil compatibilizar trabajo, militancia, causa judicial y maternidad. Y mucho menos maternando sola, ya que se encuentra separada del papá de sus hijos. “Es muy desgastante ser activista. Yo siempre visibilicé y combatí contra las intervenciones del sistema médico hegemónico, responsabilizando además al Estado y sus políticas públicas, haciendo foco en los organismos gubernamentales que deben regular. Todos estos años puse la energía ahí, y en estos siete años de militancia entendí que es fundamental impulsar el activismo en la comunidad”.

“Las activistas en este tema somos un grano de arena en el desierto, es necesario que la sociedad desnaturalice estas violencias y comience a participar, a demandar. Despertar la consciencia e interés de la sociedad es el objetivo”, dijo.

Pero más allá de su experiencia, la militante pone en cuestión esta idea del feminismo a modo de exigencia de que las mujeres y personas gestantes deben empoderarse, como una responsabilidad para evitar la violencia en estas situaciones. En este sentido, explicó que “este proceso no es voluntario, sino que nace del inconsciente y a partir de recursos, herramientas, contexto con los que no todo el mundo cuenta. Nadie hace partos respetados, la gente acompaña partos de manera respetuosa. Y vos vas a poder empoderarte en un parto y evitar la violencia si se cumplen dos factores. Primero, tu voluntad y tu capacidad, en términos culturales, de ser autónoma en este acto de tu vida sexual. Y segundo, por tus posibilidades de prevenir esa violencia”. 

Por eso, el mensaje hacia la sociedad es contundente: “Decirles a todas las mujeres del territorio nacional que si quieren van a poder tener un parto respetado, sería mentirles. Y, de hecho, muchas veces por querer tener un parto respetado, terminan siendo más violentadas, como me pasó a mí. Entonces, lo que les diría es que se informen y no se queden solas, buscando la compañía de personas alineadas con tu profundo deseo”, manifestó Petrella.

En este sentido, volvemos a lo de siempre: la importancia de estar acompañadas, de sentir que tenemos una red que nos protege, que nos abraza, que nos consuela, que está presente ya sea para evitar la violencia obstétrica en estos casos o para poder transitar las consecuencias que ella deja.

“Hoy en día la violencia obstétrica en Argentina es la regla, no la excepción. Un parto institucional implica violencia obstétrica, en mayor o menor medida, más allá del maltrato, a través de las intervenciones. Por eso, es fundamental denunciar para que el sistema de salud se entere que vos sabes que fuiste violentada. Hacelo por vos, primero, y después porque contribuye a tener estadísticas reales sobre esta problemática, aunque aún no se apliquen sanciones las denuncias”, culminó Petrella.

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