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Un hogar llamado Estanciera

Una familia viajera recorre el país desde hace cinco años. De paso por la región contaron las peripecias de vivir en el mítico vehículo de fabricación nacional.

Por Pablo Amadei

Una estanciera IKA modelo 1962 que tiene todas las huellas del paso del tiempo es el lugar que Ariel, Lorena y sus dos hijos eligieron como su hogar desde 2018. Viajar y vivir. Vivir y viajar. Aunque en realidad, cuando salieron a la ruta en aquel caluroso verano de hace 5 años, eran tres. Alfonsina era una bebé que aprendía a gatear literalmente en la ruta. Caetano vendría dos años después y por azares del destino, nacería el mismo día que su hermana, el 18 de marzo.

Esta particular familia viajera está de paso por la región. Se los vio en San Genaro, luego en Las Rosas y El Trébol y seguramente en los próximos días sigan hacia el centro de la bota santafesina vendiendo artesanías para vivir.

Los orígenes de la aventura

Ariel es rosarino, 44 años, de hablar suave y sonrisa a flor de piel. Le quedaban dos años para recibirse de historiador en la Universidad Nacional de Rosario. Cuando tenía 16 años vio una imagen en la Revista Nueva del diario La Capital que lo marcó: “Había un pinar y una calle de tierra colorada de Misiones. Veía esa imagen y decía quién pudiera conocer un lugar así. Hablaba con mis amigos para que me acompañen en bicicleta, pero no tuve suerte. Después seguí insistiendo con distintos amigos para ir de mochilero y no se dio. Pero yo siempre quise viajar”, contó a El Impreso del Oeste.

Fue necesario que su vida se cruzara con la de Lorena, 34 años y correntina de Santa Lucía. Con Ariel se conocieron hace más de una década por una amiga en común. Vino el flechazo del enamoramiento y se fueron a vivir juntos. Ella había ido a Rosario para estudiar Educación Física, aunque no llegó a recibirse porque el embarazo de Alfonsina le impidió hacer las prácticas.

Una vida relativamente resuelta al comienzo de la relación, casa alquilada, auto propio, vacaciones de verano, trabajo para los dos. Él repartidor y cobrador en una droguería, ella acompañante terapéutica. Pero había algo que faltaba, de esas cosas difíciles de explicar con palabras pero que uno sabe que están ahí.

“En mi laburo me tomaba más atribuciones de las que debía y terminaba muy agotado y no me lo retribuían. Pero además siempre me pregunté si otra vida era posible, si eso era todo. Iba a las farmacias a llevarles los medicamentos y le preguntaba eso a los que laburaban ahí y me miraban con cara rara”, recordó Ariel.

“Llegamos a la conclusión de que, si trabajábamos para el sueño de otro, por qué no hacerlo para el sueño de uno. Ahora todo lo que ganamos y hacemos es para nuestros hijos, mejorar nuestra camioneta y lo hacemos por gusto porque es nuestro sueño”, agregó Lorena.

Casi 20 años después de aquella fotografía del pinar en la tierra colorada de Misiones, Ariel había encontrado compañera de viaje. Y si faltaba un clic para animarse, para decir salimos mañana, el nacimiento de Alfonsina lo disparó.

Pero todavía quedaba pendiente algo. El vehículo que se transformaría en su hogar. “Queríamos que fuera una aventura. Porque en algo nuevo te vas a EE.UU y volvés y no pasa nada, pero no es una aventura. Nosotros salimos de acá y no sabemos qué va a pasar con el vehículo en el próximo pueblo”, justificó Ariel.

La Estanciera entra justo en esa categoría. Industria nacional, antigua, un auténtico “fierro”. Y hasta con un toque simbólico, si se quiere. “Mi abuelo tuvo una Estanciera, yo la recuerdo. Quién no tuvo algún pariente o vecino con una Estanciera, quién no fue al campo en una”, explicó Ariel.

Sentimiento imparable

“En términos futboleros, es un sentimiento que no puedo parar. Además, buscamos algo que pudiéramos reparar nosotros si se rompía. La Estanciera tiene todo eso”, agrega.

Consiguieron una en Entre Ríos, la compraron, y ya no había más excusas. Así que con la oposición familiar en pleno diciendo a coro: “están locos, de qué van a vivir, dónde van a dormir, y encima en una Estanciera que es un fierro viejo que te va a dejar tirado en cualquier lado”, vendieron todo lo que pudieron, pagaron todas las deudas, dejaron de lado una vida resuelta y salieron con un puñado de pesos a la ruta.

La profecía familiar vehicular se cumplió. “La Estanciera se rompió toda en todos lados, pero no se compara con un coche nuevo que no está preparado para durar 60 años”, contó Ariel. 

El resto de la historia es casi de película. Recorrieron incontables kilómetros, conocieron la mitad del país con sus innumerables pueblitos y ciudades, encontraron centenares de personas que compraron las artesanías que hacen para vivir, se cruzaron con viajeros como ellos en cada rincón de la geografía y lograron que ese “fierro viejo” sea su hogar.

“Llevamos lo justo y necesario. En eso fuimos aprendiendo a despojarnos de lo material. Tenemos una garrafa con un anafe, una cocina a leña que hice yo. Cuando salimos con mi pareja y Alfonsina entrábamos en un colchón de dos plazas para dormir. Ahora que somos cuatro y dormimos en carpa o con gente que nos hospeda en su casa. Nos bañamos en estaciones de servicio o en campings”, describió Ariel.

El primer destino

¿Para dónde salir si uno quiere vivir viajando? ¿Da lo mismo el norte, el sur, el este o el oeste? “Lo nuestro siempre fue tener una idea de viaje, una coherencia y solo vamos a lugares que nos llaman”, dijo Ariel.

“La gente cuando nos ve en las redes sociales y ve que viajamos en familia nos invita. A veces no nos deja continuar, se nos hace difícil seguir. Hacemos doscientos kilómetros, pasamos seis o siete pueblitos, publicamos que estamos en tal lado y nos invitan de los pueblos que ya pasamos”, agregó.

Cuando planificaban el viaje contactaron por Internet a una familia de Junín que estaba con las mismas intenciones y los invitaron a su casa. Así que hasta allá fueron y sin querer fue el primer destino. Después el resto de la provincia de Buenos Aires y de allí a Mendoza. Proa hacia el oeste porque la intención era cruzar a Chile.

Pero como todo viaje está lleno de incertidumbre y sorpresas, un test de embarazo dio positivo de quien nueve meses después sería Caetano. Así que se truncó el cruce de la cordillera porque la intención fue que el bebé naciera en Argentina. Y la Estanciera apuntó hacia el sur. Río Negro, Chubut, Santa Cruz. Pueblos pequeños y distancias enormes.

En cada lugar se quedan un puñado de días, una semana como máximo, pero en Río Gallegos los sorprendió la pandemia y tuvieron que pasar el encierro en un departamento que alquilaron. Fue la única vez que la Estanciera estuvo tanto tiempo parada.

Apenas se terminó la cuarentena, la vuelta a la ruta fue casi instantánea, como una liberación frente al cautiverio pandémico. Ahora la brújula señalaría hacia el norte, evitando como siempre las ciudades grandes por la inseguridad.

Otro imprevisto fue la noticia de que el padre de Ariel estaba moribundo. Eso los obligó a volver a Rosario. Paradójicamente era la primera vez que regresaban desde que habían partido. Y también, por esas cosas insalubres del destino, en la ciudad que Ariel había abandonado hacía un lustro fue en el único lugar de toda esta travesía dónde les robaron.

“A Lorena le robaron el celular y nos intentaron robar las ruedas de la Estanciera. Nos sacaron los tornillos y no nos dimos cuenta. Se me salió una rueda en la ruta. No pasó una tragedia de milagro”, cuenta con resignación Ariel.

Al estar en la provincia de Santa Fe les sugirió la idea de llegar hasta Corrientes, para visitar a los padres de Lorena, a los que hace mas de una década que no ve. Después será el turno de conocer la otra mitad del país, las provincias norteñas, y cruzar la frontera para iniciar una recorrida por Sudamérica y quien sabe, tal vez llegar hasta Panamá.

Vivir viajando

“La vida de viajeros es más tranquila. No andas a las corridas porque los chicos van a la escuela o tenés que cocinar rápido porque hay que volver al trabajo”, reconoció Lorena.

La joven aseguró, además, que la convivencia en un espacio tan reducido obliga a madurar más porque “en una casa te podés ir y volver a la noche. En la Estanciera no”. Por ello, asegura que todo se dialoga con Ariel, desde cuánto tiempo se van a quedar en un lugar hasta cuánta nafta se le va a poner al vehículo. “Si por ahí algo no nos gustó del otro esperamos a la noche y lo hablamos. Como esta vida que hacemos es lo que nos gusta, no podemos llevarnos a las patadas”.

Por su parte, Ariel también destacó la relación con los otros viajeros, algunos de los cuales se cruzan en el camino y con otros se establecen relaciones vía redes sociales. “Así como cualquiera tiene compañeros de trabajo nosotros tenemos compañeros de ruta. Vamos compartiendo ideas con ellos. Si conviene ir o no a tal lugar, donde quedarse. Una especie de cofradía”.

Y también marca una diferencia respecto a las relaciones que se establecen en la vida citadina. “Queramos o no, ves a tus vecinos que compraron un auto o se van de vacaciones y vos decís por qué yo no puedo y tengo que hacer algo para mostrar. Está en el inconsciente de la sociedad. En los viajeros no hay competencias. Cada uno tiene su propio vehículo, no tenemos que mostrar nada, somos lo que somos y tenemos lo que tenemos”.

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