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La docencia: una profesión atravesada por cuestiones de género

Reflexionamos con lentes violetas acerca de por qué la docencia es una profesión históricamente relacionada con el género femenino y repasamos la obra de Juana Manso.

Por Manu Abuela

El domingo 11 se festejó en todo el país el Día del Maestro, fecha donde se conmemora el fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento en Paraguay en el 1888, uno de los impulsores de la educación pública, gratuita y laica de nuestro territorio.  Y el sábado 17, se celebró el Día Nacional de Profesor, ya que ese día -pero de 1894- murió Juan Manuel Estrada, político y educador. Dos hombres, reconocidos y destacados por la historia argentina, entre un mar de mujeres que día a día desde mediados del siglo XIX realizan esta labor.

Cuando Sarmiento creó en 1870 la primera Escuela Normal en Paraná, ya tenía en claro qué modelo educativo seguir. Con el exilio a Chile, por ser opositor al régimen rosista a mediados de 1840, decidió realizar viajes al viejo y al nuevo continente para exportar a este incipiente país una forma de enseñar que se adapte a las características sociales, redundante de “bárbaros e incivilizados”, como le gustaba llamar con un poco de “discurso en su racismo” (les más jóvenes me entenderán) a los inmigrantes españoles e italianos que llegaron, junto con los negros y mestizos que habitaban este suelo.

Tras esas expediciones, y entrevistas con autoridades educativas de Boston, llegó a la conclusión de que la escuela de Salem, en el Estado de Massachusetts de Estados Unidos, era la máxima perfección y aspiración a alcanzar. En uno de sus diarios de viaje contó que, entre otras cuestiones como la capacidad de enseñar a muchos niños y niñas juntos en un aula con una sola docente, este modelo fue el elegido porque al entrar a una cantina observó primero exorbitado a un campesino tomando un café con los pies sobre la mesa. Pero, al echar un segundo vistazo, advirtió que tenía un periódico en la mano. Entonces cantó ¡Bingo! Porque, según su lógica, hasta el más bruto lugareño estaba alfabetizado. Él, que subestimaba a la población argentina llegando a describir en su libro De la Educación Popular (1849) a la masa popular como “personas con incapacidad natural” (p.30), entendía que esa forma de enseñanza podría funcionar acá.

Civilizar a las masas

Para el “padre del aula” esos sectores sociales considerados insurrectos e irregulares, eran una amenaza para el nuevo orden social que se intentaba establecer. Y entendía a la escuela como el medio más eficaz para impulsar efectivamente la civilización y el progreso, toda una jerga muy de la época. El vínculo entre ese progreso y la capacidad intelectual de los individuos era, para Sarmiento, trascendental. Y no podía hacerlo solo, necesitaba traer especialistas de aquel país del norte que contribuyeran a elevar “el espíritu de la masa”.

Mary Gorman fue la primera de las 61 maestras y cuatro maestros que vinieron desde Estados Unidos hasta el año 1898. Así, volviendo a aquel octubre de 1870, estas mujeres, profesionales, fueron la piedra angular para la creación de todas las escuelas normales, aquellas casas de estudios primarios cuya principal función era la formación de docentes. Desde ese momento esta labor, feminizada, se constituyó como la única posibilidad de estudios superiores para las mujeres que no deseaban tener hijos, ni casarme, ni ser monjas. Una puerta se abría.

“Mamá, digo, seño”

Nicolás Avellaneda expresó durante su presidencia (1874 – 1880) que: “las mujeres son las mejores maestras, porque son más perseverantes en la dedicación a la enseñanza porque se hallan dotadas de esas cualidades delicadas y comunicativas que hacen apoderarse fácilmente de la atención de los niños”. Pero no vamos a culparlo a él por considerar a las mujeres como las mejores ciudadoras, si esta concepción ya estaba vigente desde hacía varios siglos. Mejor, entendamos que es uno de los tantos hombres que a lo largo de nuestra historia, contribuyeron a que este estereotipo se enraíce con fuerza, considerando a la mujer como delicada, aseada, paciente, dulce con los niños, de sentimientos blancos y compasivos.

Todos esos estereotipos se transmitieron de generación en generación gracias a la socialización en género. Lo cierto es que no existen comprobaciones científicas de que el sexo femenino esté naturalmente preparado para la limipeza, la maternidad y el exilio doméstico, sino que éstas son construcciones culturales legadas por siglos, que hoy gracias al feminismo se ponen en jaque, aunque aún no se desterraron del todo.

Desde la consolidación de este sistema patriarcal en el que estamos inmersos, la mujer fue encarcelada al interior de su hogar, despojándola de la capacidad de recibir educación (sólo las mujeres de la alta sociedad se formaban en cultura general, tejido, bordado y artes), de poder administrar los bienes de la familia o a recibir herencia, de elegir con quién casarse o si deseaba hacerlo, o hasta incluso de vestirse con pantalones.

Conforme pasó el tiempo, aunque algunas prácticas fueron desarraigándose de forma muy paulatina y comenzaron a conquistar derechos, lo cierto es que durante la segunda mitad del siglo XIX las mujeres de nuestro país no estaban en una situación diferente. De allí que, aunque la paga por la docencia era muy baja y las condiciones para su ejercicio eran muy estrictas y duras, muchas mujeres consideraron que era su única forma de poder acceder al saber, poseerlo y emanciparse, viviendo un “poco más libres”, por decirlo de alguna forma, aunque la realidad era muy diferente.

Para graficarlo, basta pegarle una hojeada al Contrato de Maestras escrito en 1923 que debían firmar para ejercer las futuras docentes. En este documento se especifican 14 puntos, uno debajo del otro, que se meten de lleno en la vida privada de aquellas mujeres, esposándolas sin marido.

Allí prohíbe que se casen, que tengan hijos e hijas, que anden acompañadas de hombres, que estén fuera de sus casas entre las ocho de la noche y las seis de la mañana, que se paseen por heladerías del centro, que fumen o beban alcohol o que vayan en auto con hombres que no sean su padre.

Tampoco podían vestir ropa de colores brillantes, teñirse el cabello, mucho menos maquillarse. Especificaba además que los vestidos debían estar no más de cinco centímetros arriba de los tobillos. Así, ser docente aunque por un lado se constituía como liberador, por el otro ataba a aquellas mujeres que querían ejercerlo, debiendo resignar el resto de su vida para profesionalizarse ¿Acaso otra profesión, obviando el sacerdocio, tenía todos estos condicionantes para los hombres?

La feminista

Además de Sarmiento o Estrada, hubo una figura femenina en aquel tiempo que fue trascendental, en momentos donde las mujeres no podían ser políticas. Mucho menos, proclamar las desigualdades que se erigen entre hombres y mujeres. Pero Juana Paula Manso lo hizo, ganándose el odio del sector más conservador y rico de la Buenos Aires del 1800 y pico. Hasta de la iglesia Católica, que le negó santa sepultura en su fallecimiento sólo por expresar lo que pensaba: que los hombres y las mujeres somos iguales en capacidad intelectual, que por eso pueden y deben estudiar juntos (escuelas mixtas), que la escuela debe ser laica y que las docentes deben tener mejores condiciones laborales porque, al fin y al cabo, por más vocación a su práctica debían subsistir de ella.

Nacida el 26 de julio de 1816 en Buenos Aires, Juana vivió también en Brasil y Uruguay trabajando como traductora, pedagoga y periodista feminista.

Para ella “La verdadera prosperidad de un pueblo, como la verdadera nobleza de los individuos, está basada en la educación”, por eso fue la mano derecha de Sarmiento, pero los autores de los manuales de historia de las escuelas se olvidaron de decirlo aunque, paradójicamente, fue la persona que redactó el primero de ellos.

Fundó y dirigió escuelas, luchó por eliminar los castigos físicos de las prácticas educativas, promovió la incorporación de idiomas en la currícula educativa, creó la primera biblioteca popular en Chivilcoy en 1866 y fue la primera mujer en ocupar un cargo público en Argentina. También estuvo a cargo de la revista Anales de la Educación Común y conformó a pedido del presidente Avellaneda en 1871 la Comisión Nacional de Escuelas, donde pudo crear más de 30 escuelas.

En Brasil se casó con un violinista de origen portugués. Junto a él vivieron un tiempo en Estados Unidos y en Cuba, en busca de una oportunidad laboral para el músico, con pocos dotes artísticos. Así, en su estadía en Norteamérica conoció sus sistemas educativos, lo que fue importante para concretar las ideas que tenía en su cabeza y plasmarlas luego en Argentina, con la aprobación de Sarmiento y ya sin su marido (sí, Juana se separó en tiempos donde no existía el divorcio).

Los jardines de infantes fueron organizados y reestructurados con ella, gracias a la colaboración de la educadora norteamericana Mary Mann. Juntas, en equipo, introdujeron los momentos de recreo y educación física, además de los juegos (tan característicos del nivel).

Sarmiento la nombró directora de la Escuela Normal Mixta N° 1, donde se ganó fuertes críticas de los sectores conservadores que no podían comprenderlo. Ya para ellos era toda una deshonra que las escuelas no contengan en su currícula educación religiosa, por lo que además que los niños y las niñas estén todos juntos en una misma aula, les resultaba aberrante.

Pero “la Manso”, como le decían, lo tenía muy en claro: no existía ningún impedimento intelectual para que ambos sexos se formen juntos. “Quiero y he de probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica porque Dios no es contradictorio en sus obras y cuando formó al alma humana, no le dio sexo”, dijo.

Cuando en 1870 se institucionalizó la formación docente, Juana inauguró las conferencias de maestras, donde hablaba de la misión de los docentes y los errores a combatir. Así, los mismos que se escandalizaban porque los chicos y las chicas se eduquen juntos, cuestionaban qué hacía una mujer hablando en público. Sí, eso tampoco era bien visto ¿Qué lo era? Quedarse en casa, claro, manteniéndola limpia como a los niños y al esposo.

Una de sus cruzadas más significativas fue la de impulsar la Ley Orgánica de la Enseñanza Común en 1874, presentada por escrito a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, donde reclamó por la profesionalización del trabajo docente, mejores sueldos, vacaciones largas y apelaciones a las designaciones.

Juana murió el 24 de abril de 1875 a los 55 años. En su funeral, la poeta Juana Manuela Gorriti expresó: “Juana Manso gloria de la educación. Sin ella, nosotras seríamos sumisas, analfabetas, postergadas, desairadas. Ella es el ejemplo, la virtud y el honor que ensalza la valentía de la mujer. Ella es, sin duda, La mujer”.

Homenaje

Este recorrido histórico nos sirve para pensar si verdaderamente en los actos del Día del Maestro o del Profesor son aquellos dos hombres los que deben llevarse los laureles o, por el contrario, aquellas mujeres que realizaron su trabajo y forjaron las bases reales de la educación argentina. Como hormigas, pequeñas y trabajando en equipo, fueron educando a otras mujeres para que realicen esta tarea, renunciando a todo lo demás, emancipándose de sus hogares.

Hoy, brindamos por aquellas: por Juana, las norteamericanas y todas las egresadas anónimas de las escuelas normales que indudablemente hicieron esta profesión.

Ahora, ¿Qué hacemos con los cuadros de Sarmiento?

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