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Gastón Onetto: un sobreviviente a las terapias de reconversión de género: “estuve al borde”

El psicólogo y actor santafesino Gastón Onetto, contó sobre su padecimiento en sesiones de terapia que lo llevaron al borde del odio propio para “curarlo” de la homosexualidad.

Por Manu Abuela

Gastón Onetto tiene 38 años, es psicólogo y actor oriundo de Santa Fe capital e interpreta el personaje principal (le Marique), en la obra que él mismo escribió y puso en escena con la ayuda de sus amigues artistas, llamada “La cura: memorias invertidas”. Allí, de forma artística y estética, transformó todo el dolor que vivió a los 20 años, cuando fue sometido a una terapia de “reconversión de género”, hoy denominadas Ecosig: esfuerzos por convertir la orientación sexual o la identidad de género.

Organizaciones internacionales como Exodus o Desert Stream son las encargadas de este tipo de tratamientos que elevan, como primera premisa, que la homosexualidad es una enfermedad, presupuesto que ya fue echado por tierra desde hace algunas décadas, y propone métodos conductistas para reprimir la orientación sexual, “patologizada”.

Gastón no sólo fue sometido a terapias individuales sino también a un campamento dirigido por personas “ex-homosexuales”, como ellos se denominaban, que les enseñaban a controlar sus impulsos de vivir una vida conforme a su identidad de género, porque a ojos de la moral religiosa “no está bien vista”.

Esta concepción de la diversidad sexual es contraria a la ley nacional de Salud Mental, sancionada en el 2010, que expresa en su artículo tercero que “en ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de su elección o identidad sexual”. Y, por supuesto, a los Derechos Humanos, ya que son contrarias a la libre expresión de las personas, promoviendo el odio hacia uno mismo, la baja autoestima y hasta el suicidio. Sin embargo, siguen vigentes e intactas a lo largo y ancho de nuestro país.

Onetto padeció este proceso desde el año 2004 hasta el 2006 y, recién pasados diez años, volvió a abrirse y a tomar consciencia de todo lo vivido, para comprender que era necesario sacarlo a la luz para que nadie más tenga que padecer lo que él vivió. Así, a través de su obra teatral y de la exposición en el Colegio de Psicólogos de Santa Fe comenzó su camino, que busca sancionar este tipo de tratamientos anticuados y nocivos.

¿Cómo llegaste a esta terapia, recomendado por quién y cómo estabas en ese momento de tu vida?

Tenía 19 años en ese momento, con una pertenencia muy cercana la iglesia Católica desde los 15. Participé en grupos misioneros, de oración y también en un grupo de la facultad que era ecuménico. Ahí, un compañero de la facu, evangélico, que compartía tanto el aula como el grupo ecuménico me contó que estaba yendo a un psicólogo que era cristiano, y que le encantaba. Nosotros en ese momento estudiábamos psicología y me pareció copado cómo lo acompañaba. Yo no sabía por qué iba mi compañero, pero yo estaba buscando hacer terapia por cuestiones de índole vocacional, ya que tenía dudas en relación a la carrera y me acerqué a este espacio.

¿Recordás cómo fueron los primeros encuentros?

En un primer encuentro, este psicólogo me habló de Dios y a mí no me pareció extraño, era como un lenguaje común que compartíamos. En un tercer encuentro hablamos de la sexualidad, él me pregunta si conocía a alguien o estaba de novio y yo le dije que sí, que estaba conociendo a un chico. Era mi primera experiencia con una persona del mismo sexo. Él rápidamente tomó posición sobre el tema y comenzó a construirme un problema que estos terapeutas lo denominan “quebrantamiento de género”. Me quería hacer entender, poco a poco por supuesto, que yo estaba atravesado por este problema.

Me dijo que el quebrantar de género era la enfermedad que yo tenía. Para convencerme, de alguna forma, me trajo bibliografía, libros de psicólogos y psiquiatras norteamericanos de organizaciones como la que él pertenecía, Exodus.

Yo tenía una concepción moral, desde la iglesia, que la homosexualidad no era bien vista, sin embargo, esto no me impedía tener mis primeras experiencias homosexuales aunque me reprimieron por un tiempo. Pero lo que este psicólogo me decía era distinto, una novedad, porque me hablaba desde un sentido patológico.

Después de unos meses donde él construye ese problema, es cuando yo “acepto” el diagnóstico que me da.

¿Cómo sigue la terapia desde allí?

Desde ahí, la terapia se tornó desde lo directivo-conductual. Los especialistas en este tipo de torturas lo llaman como el “abandono del estilo de vida gay”. Esto implica aislarte de los vínculos que vos habías construido durante toda tu vida que, de alguna forma, favorezcan esta tendencia. Por ejemplo, mis padres no eran religiosos y, de acuerdo a este terapeuta, no eran personas con las que yo podía confiar o hablar de mi sexualidad. Yo comencé a no hablar casi con ellos.

Después, por supuesto, dejé de verme con la persona que estaba saliendo y con algunos amigos. Quedé aislado socialmente, salvo por mis amigos de la iglesia que, a ojos de este psicólogo, eran buena influencia. Ni hablar de la música, o de la ropa. Tenía que dejar cada aspecto, desde lo físico o externo a lo más interno, que estuviera relacionado con los pensamientos o sentimientos “gay”.

Llegó a ser muy tortuoso, perverso, porque ellos te dicen “Dios ama al homosexual, pero lo que no ama es a la homosexualidad”. Es decir, si vos no estás con chicos, si no tenés manerismos, si no te vestís de forma “afeminada” Dios te va a querer igual o “a pesar de”, digamos. Pero después, en la práctica, vos te encontrás con que es muy difícil reprimir todos esos sentimientos, y ahí aparece el auto-odio, como yo lo denomino, es esta incomodidad con uno mismo.

¿Cómo te replanteaste tu participación en ese espacio “terapéutico”?

Yo me sentía cada vez peor, y se lo compartí a un grupo de amigos de la iglesia con los que este terapeuta me dejaba dialogar, y en cierto punto ellos se empezaron a preguntar si ésto me hacía bien, porque yo estaba cada más triste, más incómodo, con más dudas. Una amiga me dijo “se te borró la sonrisa”. Y ahí me replanteé mi asistencia y decidí dejarlo.

Además, el terapeuta un tiempo antes de que deje me invitó a un campamento latinoamericano de 10 días en La Falda, Córdoba, que tenía la misma finalidad que las sesiones psicológicas.

Contame un poco más sobre ese “campamento de conversión”

Estaba vinculado con esas organizaciones de carácter internacional que hacen este tipo de terapias Ecosig en todo el mundo, como Exodus o Desert Stream.

Me marcó porque conocí a muchas personas que lideraban grupos de diferentes países y, aunque el efecto debía ser el contrario, yo ahí advertía que la gente no podía cambiar. Uno es lo que es. Estos “líderes” sí se contenían, se reprimían, pero no podían dejar de ser quienes eran. De hecho, agregando un tinte de comedia, era muy notorio y gracioso ver a un montón de maricas intentando reprimir las miradas y los gestos. Pero si te detenés a pensarlo, es perverso porque estas personas se denominaban “ex homosexuales” y nos exigían un montón de mandatos y presiones, que ellos también se infligían.

Era doloroso verlos luchar contra la tendencia con unos niveles de sufrimiento, hasta medicadas. Eso me hizo darme cuenta que no quería vivir así.

Cuando pudiste advertir que tenías que salir de ese lugar ¿Qué hiciste?

Tenía que enfrentarme con el terapeuta, en un último encuentro que fue difícil, tomé mucho valor para decirle que no iba a ir más porque sabía que iba a reaccionar mal y así fue.

Me dijo que estaba en juego mi condenación eterna, que cómo podía decidir dejar este tratamiento, que justo yo estaba estudiando psicología y que cómo un ciego iba a guiar a otros ciegos. Pero yo estaba decidido, cerré ese capítulo y no volví a abrirlo hasta mucho tiempo después, casi 10 años.

¿Qué hizo que te vuelvas a encontrar con ese período de tu vida?

Cuando fui a La Falda nuevamente, ya en el 2015 aproximadamente. Estaba recorriendo un lugar llamado las Siete cascadas con mi grupo de amigas y amigos con los que viajamos y me encuentro con el hotel al que había ido en aquel campamento.

Ahí me puse mal y les conté a mi grupo. No es que yo había olvidado todo eso, pero no lograba ligarlo con el afecto hasta que se los compartí. Y a partir de ahí, comencé a entender que había atravesado una situación muy fuerte y dolorosa.

Después de eso, lo empecé a hablar de nuevo con los chicos del grupo de la iglesia, con los que seguimos siendo amigos, y en otros círculos de confianza. Volví a terapia, con otra psicóloga, donde pude sanar y reparar todas estas cosas.

Yo ya estaba ligado al ámbito de lo artístico y fui conociendo a personas que, a través del arte, pudieron denunciar algunas situaciones, sobre todo el colectivo LGBT. Eso fue muy significativo e inspirador, porque yo comienzo a rumiar esas ideas y se fue prendiendo una lamparita de que este relato no quede más cajoneado. Jugando, desde el humor y la catarsis, empezó a salir esta obra transformadora llamada “La cura: memorias invertidas”, no sólo para contar la historia sino con una puesta en escena compleja, con muches amigues que me acompañaron para hacer una obra que tenga una calidad estética y no sólo ética.

Pero la obra no me resultó suficiente y, cuando me enteré de que a un conocido circense  lo invitaron a estos campamentos, me di cuenta que necesitaba hacer otra cosa además de mi arte, ya que es del palo del undergrond y no llega a lo masivo, para que esto no le pase a nadie más.

¿Cuál fue la acción que emprendiste para llegar a más personas, entonces?

Primero me contacté con Paula Espina, amiga y abogada, y empezamos a pensar estrategias. Así surgió la idea de hacer una presentación en el Colegio de Psicólogos y Psicólogas de Santa Fe y en el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi). La primera se hizo a finales del 2019 y tuvimos respuesta en 2021, con esta resolución que el Colegio emite que, si bien no sanciona a este profesional porque la causa prescribió, se posicionó y expresó que estas terapias de Ecosig atentan contra los Derechos Humanos y ejercen discriminación.

Fue un paso importante porque el Colegio citó al profesional en cuestión a un tribunal de ética para dar cuenta de su versión de los hechos, junto a su abogado. Y esto fue positivo, porque éstas personas vienen realizando estas prácticas con total impunidad y sobrevivieron a la primavera de leyes como la de i dentidad de género, que claramente expresa que no se pueden realizar diagnósticos sobre la persona.

Esta gente sigue realizando esto, sus terapias y campamentos, sin problemas y con total impunidad en un espacio-tiempo más vinculado a lo religioso, donde las leyes no rigen y se sigue confundiendo a jóvenes y poniéndolos en riesgo, porque esto te pone al borde y por eso es fundamental ponerles un freno a estas prácticas.

A partir de esta pronunciación, hicimos un comunicado a los medios y ahí el tema empezó a expandirse, a conocerse, a hablarse. Salieron a la luz relatos de personas que habían ido del mismo psicólogo, o de alguno que empleaba técnicas similares, o familiares de personas que también las padecieron, hormonizaciones forzadas para reafirmar el sexo asignado al nacer y muchas otras terapias. Pero haciendo foco en las terapias de conversión, algunas contaron que aún siguen involucradas en ellas y que se extiende en todo el país.

¿Creés que van a desaparecer estas terapias?

Es importante que se pueda trabajar en el seno de los ámbitos religiosos, para repensar las concepciones morales que allí se santifican, porque ahí están atentando contra la vida. Es paradójico, porque las religiones siempre se presentaron en defensa del derecho a la vida, pero esto que hacen claramente es un atentado contra la vida de muchos seres humanos, que los llevan al borde del suicidio.

Por eso, los profesionales que sean personas religiosas en vez de aggiornar sus prácticas terapéuticas a sus valores religiosos deben reflexionar a la luz de la ciencia, estudiar los mandatos morales que se sostienen desde una concepción ética y, desde ahí, reflexionar sobre ellos. Esto no es una locura, hay antecedentes como la teología de la liberación, que fue vanguardia en un montón de pensamientos en Latinoamérica.

También se comunicaron conmigo grupos religiosos con unos proyectos hermosos, tanto metodistas, católicos, ecuménicos. Estas agrupaciones trabajan en diferentes proyectos, como por ejemplo el de iglesias libres de violencias. Esto tiene que poder pasar para que algo se transforme. Y, mientras tanto, sancionar a quienes realicen esas prácticas, porque la ley de salud mental dice que no se pueden establecer diagnósticos en base a la orientación o identidad de género pero no establece una sanción, y quizás sería necesario hacerlo.

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