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Hablemos de parto respetado

La importancia de escuchar y cumplir los deseos de las personas gestantes en el momento del nacimiento de sus hijos e hijas.

Por Elisa Ridolfo

Las “semanas de…” o los “días de…” vienen a exponer algo que se encuentra en latencia durante el resto de las semanas o días. Sirven para visibilizar una problemática, un hecho pasado, un devenir, algo que no es nombrado (o muy poco) el resto del año. De la misma forma, el tema que nos ocupa en esta edición es una oportunidad para promover los derechos de las personas gestantes y de sus bebés durante el embarazo, parto y puerperio.

Si hacemos una revisión histórica, y nos centramos en las comunidades más antiguas, más lejanas en nuestro tiempo, las mujeres paríamos acompañadas por otras mujeres, en un ritual rítmico, al compás de la respiración, respetuoso, sosteniéndonos la mano las unas a las otras.

Pero con el proceso de institucionalización de la medicina, del hombre como el portador del saber médico y la mujer relegada de los ámbitos de conocimiento y extradomésticos, el parto sufrió una modificación rotunda.

Para comprender este proceso basta con saber que el parto acostada (porque durante siglos el mismo se desarrolló de pie, de rodillas, de cuclillas o sentada en sillas especiales) se comenzó a implementar luego de un pedido que le hizo el rey Luis XIV de Francia al médico de su esposa, porque quería ver cómo nacía su hijo. Así, los señores vieron que era más fácil controlar y observar lo que sucedía, pero para las personas gestantes ¿Es más fácil? esa pregunta ni tuvo lugar

De esta forma, el nacimiento como acontecimiento pasó a patologizarse, ajustándose además a la medida de la necesidad del doctor, hombre, en vez de la persona gestante que estaba dando a luz y de su hijo o hija. El foco se corrió del lugar indicado y esos desajustes impactan hoy en la falta de derechos o en la vulneración de ellos.

Hecha la ley

En nuestro país, desde el año 2004 (sí, aunque quizás te estés enterando ahora de que existe) se sancionó la ley 25.929 de parto respetado o parto humanizado. La misma, entre sus articulados, expresa los derechos que tienen las personas gestantes y también los bebés. Con respecto a las primeras, entre ellos se mencionan el derecho a ser informada de todo lo que va ocurriendo en el devenir del parto y postparto, incluyendo las intervenciones médicas, pudiendo optar libremente si las aceptás o no.

También tenemos derecho a ser tratadas con respeto, garantizando nuestra intimidad, concibiéndonos como personas sanas, respetando los tiempos biológicos y psicológicos de cada una. La compañía es importante, por lo que podemos elegir con quién sentirnos sostenidos.

Los recién nacidos, por su parte, tienen derecho a un trato digno, respetuoso y amoroso. No normalicemos el llanto espasmódico de un recién nacido, porque eso no está bien, no es natural. Si respetamos el contacto piel a piel post nacimiento, si respetamos la hora sagrada, entenderíamos que los bebés no deberían llorar en su nacimiento.

Otro derecho es la internación conjunta, madre y bebé, en la sala (siempre que no haya complicaciones en el medio, por supuesto), y que ésta sea lo más breve posible, asegurando la lactancia si el caso lo favorece.

En nuestra región tenemos tasas de cesáreas por encima del 60% cuando la Organización Mundial de la Salud estima que deberían estar por debajo del 17%. Esto nos lleva a preguntarnos ¿Por qué llegamos a esta situación? Naturalizamos tanto las intervenciones que ni siquiera nos interrogamos sobre las prácticas que sufren nuestros cuerpos, que nos atraviesan ¿En qué momento nos hicieron creer a las personas gestantes no podíamos parir ni amamantar?

Todos los años la Semana Mundial del Parto Respetado presenta un lema y este año es: “Muchas formas de parir, los mismos derechos”. Esta frase no es porque sí, sino que hace referencia a la necesidad de respetar de una vez la forma en que la persona gestante decida dar a luz, moviéndose, cargando al bebé, pidiendo calma y armonía en el ambiente. Además, debe sentirse contenida y acompañada por quien ama, respetando sus tiempos fisiológicos, sin priorizar los intereses del sistema médico por sobre los deseos de la persona. Ahí está la clave.

Derribando mitos

Gracias a la ley 25.929 sabemos que no es verdad que tienen que intervenir tu cuerpo ni el cuerpo del bebé sin avisarte previamente, sin explicaciones ni fundamentos.

No es verdad que, si el profesional médico que está acompañando tu embarazo viéndote 10 minutos, cada 15 días sabe más que vos, ni te conoce lo suficiente como para comprender cómo reacciona tu cuerpo frente al dolor, al miedo, a las intervenciones, sabiendo lo qué necesitás emocionalmente (si llegan a esa pregunta).

No es verdad que sos una “flojita” o una “quejosa” o “mariconeaste” porque expresaste verbalmente lo que sentías, específicamente mucho dolor, angustia, temores.

No es verdad que no pudiste dilatar ¿Te dieron el tiempo que necesitabas? ¿O irrumpieron el proceso interviniendo? En muchos casos, en ese juego del “facilitando – acelerando”, la dilatación que venía incrementando en tu casa, tranquila, con tus seres queridos o sola (según tus deseos) se detiene abruptamente. Si te pasó ¿Te preguntaste por qué?

No es verdad que el profesional sabe de fisiología, porque en todas las formaciones del sistema médico se aborda al embarazo en términos compatibles con enfermedad. Pero quiero dejar en claro que la persona gestante está en salud. Eso quiere decir que su cuerpo está preparado para gestar, sostener ese embarazo, parir y amamantar.

No es verdad que nos tienen que decir cómo parir. Nuestro cuerpo necesita libertad de movimiento, es muy difícil parir en una posición fija. Necesitamos movernos, porque en cada movimiento favorecemos el descenso del bebé, aliviamos los dolores y hacemos cuerpo cada sentir.

No es verdad que necesitamos oxitocina sintética, porque la oxitocina es la hormona del amor, de los orgasmos, del placer y nuestro cuerpo sabe muy bien cómo generarla. El problema recae en que es difícil si nos privan de estar con quien queremos estar, o no nos dan intimidad, o nos llevan a una habitación fría y con muchas luces, o nos ponen una bata transparente paseándose por el pasillo del hospital, o no nos dejan tomar ni comer, o si nos atan los pies o las manos y nadie nos abraza, sin decirnos lo que nos está pasando, sin preguntaros qué queremos y necesitamos.

No es verdad que tenés que ir a una cesárea si estás en la semana 41. Esta práctica en salud (es decir, si el embarazo no es de riesgo) nunca es una opción, salvo que sea el deseo de la persona gestante. Siempre hay que dar lugar a una inducción antes de la cesárea.

No es verdad que no podemos cambiar de obstetra el último día si lo deseamos.

No es verdad que la institución puede ir en contra de una ley nacional.

No es verdad que no podés denunciar la violencia obstétrica.

No es verdad que el bebé debe ser alejado del cuerpo de la madre para controles. Si hablamos de salud, esos controles pueden esperar unas horas y así reparar y cuidar la “hora sagrada”, tan estudiada hoy y comprobada científicamente sobre sus alcances y beneficios largoplacistas.

No es verdad que si pasaste por cesáreas previas (si, en plural) no podés intentar un parto vaginal.

Desnaturalizar la violencia

Esas son algunas de las mentiras que durante años asumimos y acatamos. Tenemos miedo a preguntar, miedo a manifestar lo que sentimos y siempre le brindamos el poder al guardapolvo blanco que ni me conoce, ya que muchas veces ni sabe mi nombre.

La violencia obstétrica es esta que afecta a la persona gestante y a su bebé, que cala hondo en las mapaternidades, echando por tierra sus derechos.  Se manifiesta mediante prácticas, conductas, acciones y omisiones, que el doctor y el personal de salud que lo acompaña ejercen de forma tanto directa como indirecta sobre el cuerpo y los procesos reproductivos. Por eso es importante denunciar la violencia obstétrica, para que no siga reproduciendo, para que otras mujeres y bebés no sufran lo mismo que nosotras.

Cuando desde la lucha feminista hablamos del sistema patriarcal, a esto nos referimos. Durante siglos nos hicieron creer que no podíamos. Pero hoy, empoderadas, las mujeres y personas gestantes encabezan una lucha de derechos que suena cada vez más fuerte.

Se reivindica cada vez más la labor de las parteras y las doulas, como principales agentes de cambio.

Sabemos que estamos reclamando algo obvio: la humanización de un proceso que durante años de maltrato se alejó de la salud. Pero también sabemos qué debemos hacer, por eso alzamos la voz más que nunca. Despertamos, conscientes de que la educación, el empoderamiento y la información son el camino.

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